Los avances en la evolución de internet que han tenido lugar en el último lustro son insoslayables. Todos ellos tienen un denominador común: la participación activa del que otrora fuera tan solo un usuario.
Las razones de este fenómeno no son en sí autoevidentes, aunque podríamos aventurarnos a señalar algunas en forma somera: la masificación de las conexiones de banda ancha alrededor del globo, el avance de la comunidad opensource (especialmente GNU/Linux) con su particular filosofía de código abierto y en muchos casos de distribución libre y gratuita, el avance de avance de aplicaciones peer-to-peer hacia la plataforma web, y por qué no, la percepción de que había en aquel momento un hueco que los servicios de mensajería instantánea no podían llenar totalmente: la comunicación y la interactividad colectivas.
Es entonces la información la materia prima de esta flamante etapa de la triple w. Ahora cómo administrar y organizar los infinitos contenidos que surgen cuando la relación de productores/receptores ha dado un giro de 180°. Ya no es posible esperar que un determinado medio jerarquice y categorice sus propios temas que a la postre eran los que monopolizaban el tráfico en la web. Hoy son los propios y millones de usuarios los que producen y consumen. Será entonces la misma comunidad la que se encargue de circunscribir sus producciones en temáticas determinadas. A esta generación de aplicaciones pertenecen Google Reader, Digg, Delicious y similares.
Google Reader no pasaría de ser un servicio más de sindicación/redifusión de datos sino permitiese compartir los feeds, impresindible en este ciclo 2.0 en el que nos hallamos. Por otra parte asistimos a la democratización del control editorial, ya sea categorizando (mediante etiquetas -Delicious-) o jerarquizando (con votos -Meneame, Digg-).
Merece un apartado algo tan simple pero potente a la vez: las etiquetas. Si la información era la materia prima, las etiquetas son las herramientas que le dan forma y permiten delimitar campos y temáticas sin que tengan que apartarlos del resto de la información.
Esta es la magia de los marcadores sociales, un mismo contenido puede ser etiquetado en dos o más campos diferentes sin la necesidad de categorizarlo en forma absoluta y segregante. Se rompen en cierta forma las barreras de la clasificación clásica del conocimiento, un mismo saber -o parte de él- puede trascender un ámbito determinado abandonado las ataduras que lo ceñían a un área específica.
De esta manera la información que circula por la web se vuelve cada vez más hacia la estructura del pensamiento humano: eminentemente de carácter relacional, donde todo tiene que ver con todo, cada elemento tiene referencia hacia y desde, formando una perpetua cadena de conocimiento. Si el hipertexto nos permitía saltar desde un elemento a otro dentro de un mismo campo, las etiquetas nos permiten no solo aglomerar material bajo una misma marca sino que al ser múltiples abren un abanico de posibilidades en cuanto a la relación de un campo con otro. Basta con buscar una etiqueta determinada para cerciorarnos que puede converger con numerosos rótulos que en principio no parecían estar vinculados de manera alguna.
Estas herramientas promueven en definitiva la premisa de compartir, ya que la idea es utilizar la información y etiquetarla de modo que pueda ser re-utilizada por otros navegantes.
Sin dudas para los profesionales de la información estos elementos son tan necesarias como el teclado de su PC, no sólo como medio para acceder a información relevante, sino sobre todo porque acerca y conjuga al productor con su destinatario en un escenario de retroalimentación que hasta hace algunos años no parecía posible.